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Joaquín Rodrigo
Biografía de Joaquín Rodrigo Vidre, Marqués de los Jardines de Aranjuez, (1901-1999)
Joaquín Rodrigo nació en Sagunto, provincia de Valencia, en la costa mediterránea de España, el día de Santa Cecilia, 22 de noviembre de 1901. Fue el menor de diez hermanos, hijo de un terrateniente comerciante de Almenara (Castellón), Vicente Rodrigo Peirats, y su segunda esposa, Juana Vidre Ribelles.
En 1905 se produjo en Sagunto una epidemia de difteria, por la que murieron muchos niños; Joaquín quedó casi sin vista. El compositor comentaría más tarde, sin amargura, que probablemente esta desgracia personal le llevó hacia la música.
La familia Rodrigo se mudó a Valencia cuando el niño tenía cuatro años. Allí, Joaquín ingresó a una escuela para niños ciegos para comenzar su formación. Muy pronto mostró especial interés por la literatura y la música. En Valencia, la familia Rodrigo frecuentaba el Teatro Apolo, y el joven Joaquín se sentía especialmente atraído por la música que acompañaba las representaciones.
Comenzó a tomar clases de música con profesores del Conservatorio de Valencia, aunque no se matriculó formalmente en dicho centro. Su maestro de armonía y composición fue Francisco Antich, y en su formación musical también tuvieron gran influencia los músicos Enrique Gomá y Eduardo López Chavarri, a cuyas clases asistió. En cuanto a la cultura literaria que desplegó Rodrigo a lo largo de su vida, se debió en gran medida a las lecturas de Rafael Ibáñez, contratado por la familia para acompañar a Joaquín, quien también fue su compañero, secretario y copista en los años siguientes. ‘Rafael me prestó los ojos que yo no tenía’ solía decir el compositor del amigo que le leía las obras maestras de la literatura española, así como obras filosóficas, ensayos y estudios monográficos sobre los más variados temas.
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A principios de los años 20, Joaquín Rodrigo era ya un excelente pianista y un estudiante de composición familiarizado con las corrientes vanguardistas más importantes del mundo del arte. Sus primeras composiciones fueron escritas en formas musicales pequeñas, aunque su primera obra para gran orquesta data del año 1924. Su opus 1, Dos esbozos para violín y piano (‘La enamorada junto al surtidor’ y ‘Pequeña ronda’) fue compuesto en 1923.
De esa misma fecha datan también la Suite para piano, la Cançoneta para violín y orquesta de cuerdas, y un austero Ave María para voz y órgano, que años después arregló para coro a capella. La Berceuse de otoño, también de 1923, fue compuesta en su forma original para piano, pero Rodrigo la orquestó en los años 30, y también la incorporó más tarde a la bella Música para un jardín, de 1957. Su primera obra para gran orquesta, Juglares, fue estrenada con éxito por la Orquesta Sinfónica de Valencia bajo la dirección de Enrique Izquierdo en 1924. Animado por este triunfo, Joaquín se presentó a un concurso nacional al año siguiente con una obra mucho más ambiciosa, las Cinco piezas infantiles, obra por la que recibió una mención honorífica del jurado y que fue estrenada con gran éxito en Valencia y París, en 1927 y 1929 respectivamente.
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Joaquín Rodrigo estudiaba ya por esta fecha con su maestro francés Paul Dukas, en la École Normale de Musique, en París. Rodrigo había decidido trasladarse a Francia en 1927 pues la capital francesa era, desde principios de siglo, un importante núcleo cultural para escritores, pintores y músicos españoles. Era pues de esperar que el joven músico desease seguir los pasos de Albéniz, Falla y Turina.
Las obras de juventud de Joaquín Rodrigo se caracterizan por un delicado lirismo personal, colores orquestales a veces muy atrevidos y un vocabulario armónico que recuerda a Ravel y Granados, entre otros. Estas características, y otras más, se confirmarían y desarrollarían a lo largo de los años de estudio con Paul Dukas.
A su llegada a París, Rodrigo y Rafael Ibañez, su amigo y secretario, se alojaron en casa del pintor valenciano Francisco Povo, quien les presentó a numerosos artistas, músicos y editores. En la clase de Paul Dukas, en la que Joaquín Rodrigo estudió durante cinco años, también se encontraban el compositor mejicano Manuel Ponce, y el director de orquesta vasco Jesús Arámbarri, quien más tarde sería un gran intérprete de las obras de Rodrigo. Paul Dukas calificó a Joaquín Rodrigo como quizá el más dotado de todos los compositores españoles que él había visto llegar a París.
Un hecho de trascendental importancia en la vida de Rodrigo tuvo lugar en aquella época: su encuentro con Manuel de Falla, que supondría el inicio de una amistad duradera entre los dos. Falla, que iba a ingresar como miembro de la Légion d’Honneur francesa, insistió para que en el concierto que siguió a la ceremonia no sólo se escuchara música suya sino también obras de jóvenes colegas españoles como Halffter, Rodrigo y Turina. Rodrigo siempre le agradeció la oportunidad que le brindó Falla en aquella ocasión de interpretar su propia música ante un público distinguido e informado.
A nivel personal, fue también en estos años cuando tendría lugar el hecho más importante para Joaquín Rodrigo: su encuentro con la pianista turca Victoria Kamhi, con la que contrajo matrimonio en 1933. Victoria Kamhi fue una de las influencias más decisivas en la carrera de Joaquín Rodrigo. Excelente pianista, cuando se casó decidió abandonar su carrera profesional para dedicarse exclusivamente a su marido. El dominio de varios idiomas junto con un amplio conocimiento de las distintas culturas europeas hicieron de Victoria la compañera ideal para Joaquín. Muchos años más tarde, Victoria publicó una extensa biografía de su juventud, del noviazgo con Joaquín, y de la historia de sus vidas, titulada De la mano de Joaquín Rodrigo: Historia de nuestra vida.
Al año siguiente, tras instalarse en Valencia con su esposa, Joaquín Rodrigo compuso varias canciones, entre ellas el famoso Cántico de la esposa, con letra de San Juan de la Cruz, y su obra más extensa hasta entonces, el poema sinfónico, Per la flor del lliri blau. Con esta obra obtuvo el premio del Círculo de Bellas Artes de Valencia.
En Madrid, y nuevamente gracias al apoyo de Manuel de Falla, Rodrigo consiguió la beca Conde de Cartagena que le permitió regresar a París junto con Victoria. Joaquín empezó a componer sin descanso y fruto de esta época son varias canciones y algunas de sus más importantes obras para piano. Al mismo tiempo, el compositor asistía a las clases de Maurice-Emmanuel en la Sorbona y a las de André Pirro. Recibió también las últimas clases de su maestro, Paul Dukas.
Estos cursos, que abarcaban desde la música de Lassus hasta la historia de la ópera, fueron una importante fuente de inspiración para Rodrigo, que empezaba a contar con una base musical muy sólida. En el verano del mismo año, el matrimonio Rodrigo se trasladó a Austria para comentar el Festival de Salzburgo como corresponsales oficiales de la revista ‘Le monde musical’ de París y del diario valenciano ‘Las provincias’. Fue en Salzburgo donde Rodrigo compuso su conmovedor tributo a la memoria de Dukas, Sonada de adiós, por encargo de la ‘Revue musicale’.
Después de obtener la prórroga de la beca Conde de Cartagena, Joaquín Rodrigo y su esposa decidieron, a principios de junio 1936, marcharse un tiempo a Alemania, concretamente a Baden-Baden. Pero el 18 de julio estallaba la guerra civil española. Los tres años siguientes fueron quizá los más difíciles de la vida de Joaquín y Victoria, pues esta vez la beca no les fue renovada. Decidieron dar clases de español y música en su habitación del asilo para ciegos de Friburgo, en la Selva Negra, donde fueron acogidos como “refugiados españoles”. El compositor realizó allí un estudio del cantar de los pájaros, además de componer unas cuantas canciones, entre ellas la Canción del cucú, inspirada en la belleza de sus alrededores y con letra de su mujer.
En la primavera de 1938 Joaquín Rodrigo fue invitado a impartir clases durante el verano en la Universidad de Santander, que acababa de abrir sus puertas. El matrimonio Rodrigo pudo retomar así contacto con la vida cultural española, a pesar de las dificultades derivadas de la guerra civil. Entre los nuevos compañeros del compositor se encontraban los escritores Gerardo Diego y Dámaso Alonso y el crítico Eugenio d’Ors.
Tuvo lugar un encuentro muy significativo durante el viaje de vuelta a París, cuando, en un almuerzo con el guitarrista Regino Sainz de la Maza y el marqués de Bolarque, Joaquín aceptó con entusiasmo la idea de escribir un concierto para guitarra. Esta obra sería el Concierto de Aranjuez. Durante su último año de residencia en la capital francesa Rodrigo ofreció recitales de piano, realizó las orquestaciones que le iban encargando y compuso varias canciones de estilo popular. Pero al llegar el invierno, el matrimonio Rodrigo empezó a pensar en un retorno definitivo a España, una vez que el país estuviera por fin en paz.
En 1939, Rodrigo recibió una carta de Manuel de Falla en la que le proponía un puesto de Catedrático de Música en la Universidad de Granada o de Sevilla. Por su parte, Antonio Tovar le ofreció un puesto en el Departamento de Música de Radio Nacional. Como el matrimonio deseaba fervientemente establecerse en la capital de España, optaron por la segunda oferta. Joaquín y Victoria regresaron finalmente a España el 1 de septiembre de 1939, dos días antes de que estallase la segunda guerra mundial, llevando consigo el manuscrito completo del Concierto de Aranjuez.
La década de los años cuarenta fue especialmente importante para Joaquín Rodrigo, tanto a nivel profesional como a nivel personal. Desde 1939 ejerció el cargo de jefe de la sección de arte y propaganda de la ONCE. Fue también, desde 1940 y a lo largo de más de una década, asesor de música de Radio Nacional. En 1941 nació Cecilia, su primera y única hija, y al año siguiente el compositor recibió el Premio Nacional de Música por su Concierto heroico para piano y orquesta.
En 1942 empezó a trabajar como crítico musical de los diarios Pueblo, Marca y Madrid. Ocupó durante los años 1944 y 1945 el puesto directivo del Departamento de Música de Radio Nacional, así como la Cátedra de Música Manuel de Falla en la Universidad Complutense desde su creación en 1947, y a lo largo de treinta años. Fue distinguido además, en 1945, con la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Por otra parte, las conmemoraciones nacionales de 1948 dedicadas a Miguel de Cervantes le inspiraron una de sus más impresionantes creaciones, sobre un texto de Don Quijote, Ausencias de Dulcinea, galardonada en abril del mismo año con el Premio Cervantes.
El 18 de noviembre de 1951 Rodrigo ingresó como miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tras su discurso, sobre ‘Técnica enseñada e inspiración no aprendida’, interpretó las Sonatas de Castilla (con toccata a modo de pregón) para piano, escritas especialmente para la ocasión.
En 1953 el compositor fue galardonado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, y elegido Vicepresidente de la Sección Española de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea. En 1954, por encargo del prestigioso guitarrista Andrés Segovia, compuso la Fantasía para un gentilhombre, para guitarra y orquesta, cuyo estreno tuvo lugar el año siguiente en San Francisco, en presencia del autor.
Durante todos estos años, los premios y honores en reconocimiento a su labor fueron numerosos, tanto en España como en el extranjero: fue nombrado Officier des Arts et des Lettres en 1960 y Caballero de la Légion d’Honneur en 1963 por el gobierno francés; doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca en 1964. En 1966, recibió la Gran Cruz del Mérito Civil y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
En 1963 se trasladó a Puerto Rico para impartir un curso de Historia de la Música en la Universidad de Río Piedras, donde permaneció hasta febrero de 1964. Fueron años también de felicidad personal para Joaquín y Victoria, gracias a la unión de su hija, Cecilia, con el violinista Agustín León Ara, y el posterior nacimiento de sus dos nietas, Cecilita y Patricia.
Numerosos conciertos, recitales y festivales dedicados a su música empezaron a sucederse en el mundo entero en reconocimiento a Joaquín Rodrigo como una de las figuras más queridas y representativas de la música clásica contemporánea. Un nuevo estreno llevaría al matrimonio Rodrigo a Estados Unidos, en 1970 : el del Concierto madrigal para dos guitarras, que tuvo lugar en Hollywood. En los años siguientes fue nombrado doctor honoris causa por las Universidades de Southern California, 1982, la Universidad Politécnica de Valencia (1988), la Universidad de Alicante y la Universidad Complutense de Madrid (1989) y la Universidad de Exeter, Gran Bretaña (1990).
Recibió sendos encargos de los célebres solistas británicos, James Galway y Julian Lloyd Webber, materializados en el Concierto pastoral, para flauta y el Concierto como un divertimento, para violonchelo, respectivamente. Y en marzo de 1986 asistieron en Londres al festival Rodrigo en el que se estrenó una de sus últimas creaciones magnas: el Cántico de San Francisco de Asís, para coro y orquesta.
1960Recibió, en 1991, el Premio de la Fundación Guerrero y el mismo año fue ennoblecido por el rey don Juan Carlos I con el título de Marqués de los Jardines de Aranjuez. En 1996 le fue concedido otro gran honor, el Premio Príncipe de Asturias, otorgado “por su extraordinaria contribución a la música española a la que ha aportado nuevos impulsos para una proyección universal”. Ese mismo año fue galardonado con la Medalla de Oro de Sagunto, la Gran Cruz de la Orden Civil de Solidaridad Social, y la Estrella de Oro de la Comunidad de Madrid. En 1998 el gobierno francés le honró con el título de Commandeur des Arts et des Lettres, y ese mismo año, recibió el Premio al Mejor Autor de Música Clásica de la Sociedad General de Autores y Editores. También en 1998 le fue concedida la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, y el año siguiente, la Medalla de Oro del Festival de Granada.
El 21 de julio de 1997 falleció su esposa e inseparable compañera y colaboradora, Victoria. Joaquín Rodrigo falleció dos años más tarde, el 6 de julio de 1999, en su casa de Madrid, rodeado de su familia. Los restos mortales de Joaquín y Victoria descansan juntos en el panteón familiar del cementerio de Aranjuez.
A lo largo de su vida como compositor, desde 1922 hasta 1987, Joaquín Rodrigo, que compuso unas ciento setenta obras musicales, escribió en casi todas las formas.
CONCIERTOS
La más célebre de todas las composiciones musicales de Joaquín Rodrigo, una de las piezas predilectas del siglo veinte para todos los públicos, es el primero de sus once conciertos, el Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta, de 1939. El éxito de esta obra ha sido extraordinario, y su fama ha eclipsado la de otros dos conciertos para guitarra, también populares, creados más o menos al mismo tiempo que el Concierto de Aranjuez, el del italiano Castelnuovo-Tedesco, y el Concierto del sur de Manuel Ponce, mejicano que había sido condiscípulo de Joaquín Rodrigo en la clase de Paul Dukas en la Ecole Normale diez años antes.
El éxito que obtuvo el primer concierto suyo, para la combinación entonces poco común de guitarra y orquesta clásica, animó a Rodrigo a componer otros dos conciertos en los cuatro años posteriores, para los instrumentos más favorecidos de todos, el Concierto heroico para piano (1942), y el Concierto de estío para violín (1943), los dos bien distintos el uno del otro y también del espíritu y ambiente que se encuentran en el Aranjuez. El primero, la más impresionante de todas las obras orquestales del Maestro, rinde homenaje a la gran tradición europea del concierto romántico, a pesar de su inspiración particular fundamentalmente española. El segundo, de inspiración más clásica e incluso mediterránea, es una obra sumamente original y atractiva, con un primer tiempo que el crítico Federico Sopeña ya calificó en 1946 como la obra de Rodrigo más lograda hasta la fecha.
El violonchelo es el protagonista de otra obra importante, escrita en 1949 para Gaspar Cassadó, el Concerto in modo galante, lleno de temas memorables, muchos de ellos de inspiración folklórica. Escribió un segundo concierto para el mismo instrumento más tarde, en 1982, a petición del virtuoso inglés, Julian Lloyd Webber, el Concierto como un divertimento, obra distinguida sobre todo por su segundo tiempo, de excepcional belleza.
Otra obra que posee todas las mejores cualidades de Rodrigo es el Concierto Serenata para arpa y orquesta, escrito en 1952 para el célebre Nicanor Zabaleta, y que capta el carácter esencial del instrumento con una profusión de temas memorables y una alegría que recuerdan a Haydn. En 1977, fue el irlandés James Galway, gran virtuoso de la flauta, quien le encargó un concierto para este instrumento: el Concierto pastoral. El propio Galway lo estrenó en Londres con gran éxito de público. Se trata de una obra fascinante, relacionada indirectamente con el concierto para violín de 1943 en la dificilísima figuración de su primer tiempo y el encanto melódico del segundo.
En cuanto a los cuatro conciertos para una o más guitarras que siguieron al Concierto de Aranjuez, constituyen una parte importantísima e indispensable del repertorio de los guitarristas. Aparentemente Rodrigo no quería ensayar una repetición de su primer concierto, a pesar del éxito que había tenido éste, hasta que el célebre guitarrista Andrés Segovia se lo pidió, en 1954. La obra creada para el maestro, la Fantasía para un gentilhombre, pronto entusiasmó al público tanto como el Concierto de Aranjuez. Se hizo así la segunda obra más popular de Rodrigo, compañera casi inseparable del Aranjuez en grabaciones discográficas e incluso a veces en conciertos. Sin embargo, es una obra bien distinta de su predecesora, una ‘suite’ de tiempos cortos basados en melodías y danzas recogidos por Gaspar Sanz, músico de la corte de Felipe IV, que Rodrigo trabajó, desarrolló y orquestó de una manera sumamente atractiva.
Los dos conciertos posteriores, Madrigal y Andaluz, fueron compuestos casi al mismo tiempo, entre 1966 y 67, pero son totalmente distintos el uno del otro. El primero de los dos, para dos guitarras, está basado en el famoso madrigal renacentista O felici occhi miei de Jacques Arcadelt. Es otra vez una ‘suite’, pero los diez tiempos de este concierto representan uno de los mayores logros del compositor, quien compuso con ellos unas de las páginas de mayor inspiración y maestría en el arte de evocar el espíritu de la España del siglo de oro. El Concierto andaluz, para cuatro guitarras, es una obra en la que el carácter de Andalucía, o mejor dicho el espíritu fundamental de su arte popular, ha sido captado por el compositor valenciano con la misma devoción con que siempre rindió homenaje a las distintas regiones y culturas de España.
El impresionante ciclo de once conciertos de Joaquín Rodrigo se cierra con el Concierto para una fiesta, escrito en 1982 con perfecto simbolismo, en un retorno al concierto para una sola guitarra y orquesta. Este concierto se escribió, como la mayoría de los demás, para un gran virtuoso del instrumento, Pepe Romero. En este último concierto, Rodrigo también quiso exigir una maestría excepcional al solista, animándole a buscar nuevos niveles en la técnica y la expresión. El autor, cumplidos ya los 80 años, buscó, también en esta obra, nuevos horizontes.
OBRAS PARA ORQUESTA
Aparte de los conciertos, Joaquín Rodrigo compuso a lo largo de su carrera importantes obras para orquesta. Hay piezas cortas para orquesta de cuerdas, composiciones para grupos de instrumentos particulares, obras para voz y orquesta, y grandes poemas sinfónicos.
Con una de sus primeras obras orquestales, Cinco piezas infantiles, Rodrigo llamó la atención de los críticos franceses en 1929, y el poema sinfónico Per la flor del lliri blau mereció el primer premio del Círculo de Bellas Artes de Valencia en 1934, junto con la admiración de sus paisanos y profesores. Las dos obras demuestran ese don lírico que distingue la música de Rodrigo, además de su admirable arte para la orquestación.
Hay obras de una extraordinaria delicadeza de sentimiento, como la Cançoneta de 1923 para solo de violín y orquesta de cuerdas, y la Zarabanda lejana y villancico, también para orquesta de cuerdas, de 1930. La primera parte de esta obra se escribió primero para guitarra, y hay también una versión para piano, pero no se percibe ninguna huella de las primeras creaciones en la versión orquestal, tal es la maestría de la adaptación.
La variedad de la música de Joaquín Rodrigo se hace patente si se comparan estas obras con la alegría dieciochesca de Soleriana (1953), el solemne Adagio para instrumentos de viento (1966), o el precioso mundo de la Música para un jardín, donde cada pieza se parece a los haikus japoneses en su rara perfección. Conviene destacar también A la busca del más allá (1976), obra magna compuesta con motivo del bicentenario de los Estados Unidos, e inspirada en los viajes de los astronautas por una parte y las maravillas del universo por otra. No hay que olvidar que cuando Joaquín Rodrigo escribió su primer concierto, el Aranjuez, cuya perfección orquestal siempre se subraya, ya llevaba más de quince años componiendo para orquesta.
OBRA VOCAL
Joaquín Rodrigo siempre mantuvo que sus canciones forman la parte más importante de su producción musical, aparte de los conciertos. La fascinación que desde niño sintió por la literatura de su país le condujo a menudo hacia esta forma de composición, bien con piano o con guitarra, bien con orquesta.
Como Richard Strauss, Rodrigo sintió durante toda su vida un amor imperecedero por la voz de soprano, que es la protagonista indicada de casi todas sus canciones. Ya en los primeros años de su carrera le atraían versos de los grandes poetas de España, como el de Gil Vicente Muy graciosa es la doncella, los del Marqués de Santillana, o, algo más tarde, San Juan de la Cruz y Lope de Vega. Todo le sirvió al compositor: romances viejos, canciones anónimas del siglo quince, versos de comedias, literatura barroca, poesía romántica, versos de Rosalía de Castro, de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez…
En sus grandes obras para voz y orquesta, Ausencias de Dulcinea, Música para un códice salmantino, el Cántico de San Francisco de Asís, Rodrigo no temió poner música a letras de las figuras más consagradas de la novela, la filosofía o la religión. En estas tres obras, como también en la mayoría de sus canciones, se nota sobre todo la habilidad del compositor para hermanar ideas musicales con poesía de la más alta calidad. Ciclos como los Cuatro madrigales amatorios, Rosaliana, o Con Antonio Machado se encuentran al lado de piezas sueltas, o pequeños grupos de canciones. Hay también composiciones de tipo popular, como el ciclo de las Doce canciones españolas, o -de otra época- las Cuatro canciones sefardíes, pero Joaquín Rodrigo también compuso la extraña y conmovedora música, antigua y moderna al mismo tiempo, de las Líricas castellanas de 1980. Con a esta producción impresionante de obras corales y alrededor de sesenta canciones, no hay duda de que Joaquín Rodrigo debería ser considerado uno de los maestros españoles del arte vocal.
MÚSICA INSTRUMENTAL
Es una sorpresa para muchos aficionados a la música descubrir que el compositor español que más se asocia con la guitarra, en realidad no sabía tocarla. Rodrigo no solamente escribió cinco conciertos para dicho instrumento; también contribuyó al repertorio con más de veinte obras para solo de guitarra, entre ellas dos sonatas y tres grupos de tres piezas cada uno. En la mayoría de estas obras Rodrigo se revela como el último de los compositores españoles que se mantuvieron tan definidamente dentro de una reconocida tradición nacional, y así, obras como En los trigales, Bajando de la meseta, o Junto al Generalife han entrado en el repertorio de la guitarra para alborozo de intérpretes y de público. Algunas de esta piezas de Joaquín Rodrigo ya son consideradas clásicas.
Pero existen también algunas obras escritas en un lenguaje más original y mucho más difícil –un rasgo común, hay que subrayarlo, en las distintas categorías de la producción musical de Rodrigo- entre ellas una de las piedras fundamentales del repertorio y una reconocida obra maestra: Invocación y danza de 1962, profundo homenaje a la música y a la figura humana de Manuel de Falla.
La obra de Rodrigo (que era pianista) para piano incluye una serie de homenajes musicales inspirados en los grandes del pasado (Cinco piezas del siglo XVI), en Scarlatti (Cinco Sonatas de Castilla con Toccata a modo de Pregón), en la muerte de su maestro Paul Dukas (Sonada de adiós), o en la de su amigo, el gran pianista Ricardo Viñes (A l’ombre de Torre Bermeja).
Es de notar la variedad de estilo presente en las más de cincuenta piezas de Rodrigo para piano, desde la simplicidad de la Pastoral o la originalidad bitonal del Preludio al gallo mañanero, con sus espeluznantes dificultades técnicas, hasta esa Plegaria de la Infanta de Castilla (una de las obras predilectas del autor) que tan profundamente recrea el mundo medieval sin el menor dejo de pastiche. Las dos obras, Cuatro piezas para piano de 1938 y Cuatro estampas andaluzas, escritas entre 1946 y 54, sí pertenecen a la gran tradición pianística española que se remonta a Granados y a Albéniz, pero siempre se reconoce la individualidad musical presente en todas estas piezas, y la perfecta hechura de cada una de ellas.
El importante estudio de Antonio Iglesias sobre la obra pianística de Joaquín Rodrigo (véase Bibliografía) da amplio testimonio del significado, calidad y extensión que las obras de Rodrigo han aportado al repertorio pianístico, desde la Suite para piano de 1923 hasta el Preludio de añoranza de 1987. El ‘Opus1’ de Joaquín Rodrigo (aparentemente el compositor no quiso seguir con esta forma tradicional de enumerar sus obras) son los Dos esbozos para violín y piano, ‘La enamorada junto al surtidor’ y ‘Capriccio’. Estas dos piezas encantadoras inician el pequeño grupo de obras escritas para los dos instrumentos, el violín y el piano, que Rodrigo aprendió a tocar en su juventud, composiciones que fueron escritas entre 1923 hasta 1982. Entre ellas destacan el Capriccio escrito en homenaje a Sarasate, de 1944, la Sonata pimpante de 1966, y la última de estas obras, las Set cançons valencianes de 1982. Tanto la Sonata como las Set cançons fueron compuestas para Agustín León Ara, yerno del compositor e intérprete excepcional también del Concierto de estío. Tradicional en su forma musical, con sus clásicos tres tiempos, la Sonata es una obra genial, llena de ideas y de texturas llamativas, y en su segundo tiempo, de una conmovedora hondura emocional. El mundo de las Set cançons es bien distinto, con ecos de otras composiciones en las que Rodrigo estaba trabajando a principios de los años ochenta, pero la obra se revela de vez en cuando notablemente original, a pesar del esperado tono folklórico.
Existen también varias piezas sueltas para otros instrumentos, siendo entre ellas quizás la más importante la Sonata a la breve de 1977 para violonchelo y piano, que Joaquín Rodrigo dedicó ‘A Pablo Casals in memoriam’.
JOAQUÍN RODRIGO Y SU MÚSICA
Desde la perspectiva del año 2000 puede decirse que durante la segunda mitad del siglo XX la figura de Joaquín Rodrigo ha dominado el mundo de la música clásica española de la misma manera que lo hiciera Manuel de Falla durante la primera.
Los actos y conciertos que honraron a Joaquín Rodrigo con motivo de su 90 aniversario en 1991 no sólo despertaron sentidas muestras de afecto por parte de artistas y público del mundo entero, sino también un merecido reconocimiento por parte de los críticos del significado histórico de su música. Prueba de ello fueron los numerosos artículos que le fueron dedicados en aquél entonces; un brillante análisis de la Zarabanda lejana, un interesante artículo sobre el Concierto de estío, elogiosos comentarios sobre Música para un códice salmantino o magníficas críticas con motivo de los estrenos de las Líricas castellanas o del Cántico de San Francisco de Asís.
La obra de Rodrigo, que para muchos había permanecido hasta entonces desconocida, ya no se limitaba al Concierto de Aranjuez y a la Fantasía para un Gentilhombre. La música de Rodrigo es fundamentalmente conservadora. Si a principios de su carrera algunas de sus obras recordaban, por su lenguaje musical, a las de sus contemporáneos europeos más distinguidos, como Ravel o Stravinsky, pronto se encaminó hacia un futuro propio y personalísimo basado en las tradiciones más ricas de la cultura de su país. Su tarea –él mismo lo afirmó muchas veces- no era la de romper con el pasado, establecer nuevas normas o crear nuevos horizontes para el sonido. Otros ya lo hacían y seguirían haciéndolo. Él buscaba algo diferente: rendir homenaje a maestros e intérpretes con brillantes conciertos, sonatas y piezas sueltas; aproximarse a la poesía más inspirada con música de parecida elocuencia; dar nueva vida a letras y música antiguas.
El lenguaje musical de Joaquín Rodrigo, salvo en raras ocasiones, ofrece pocas dificultadas. Otros compositores, también muy significativos, han supuesto también una continuación o culminación musical de su tradición, y Rodrigo es quizá el último representante importante de muchas de las tradiciones culturales de su país, a las cuales siempre quiso ser fiel. Hojear el catálogo de sus obras es como contemplar una breve guía de toda la cultura de España, y muchos le agradecerán siempre el haber dado nueva vida a esa cultura, y a tantas formas musicales clásicas al mismo tiempo, con obras originales y bellas. No hay duda de que la importancia que Joaquín Rodrigo significó en vida para la música española permanecerá a lo largo de la Historia.
Joaquín Rodrigo al piano, tocando su Concierto de Aranjuez
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